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TEMA 1. La sociología boliviana frente al espejo. A propósito de la perspectiva eurocéntrica de la sociología boliviana por Yuri F. Tórrez 1 Este artículo forma parte de las reflexiones de la tesis doctoral en curso titulada Los Ángeles caídos: El espejo eurocéntrico de la ciencia social boliviana. 2 Sociólogo cochabambino. Candidato a Doctor en Estudios Culturales Latinoamericanos en la Universidad Andina Simón Bolívar-Sede Quito (Ecuador). Docente universitario e Investigador social del Centro Cuarto Intermedio (Cochabamba) y del Centro Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) (Buenos Aires). Desde la presencia de los primeros cronistas hasta los sociólogos contemporáneos pasando por los intelectuales marxistas y nacionalistas de la mitad del siglo XX, la mirada “ilustrada” y “omnisciente” de los intelectuales estuvo –y está-- marcada sin duda por los senderos de un proceso de construcción y de representación sobre la realidad social boliviana ajena a las propias especificidades de la sociedad boliviana. Estas características fueron signadas primordialmente por los mitos en torno al progreso con su ideal teleológico de construir un Estado y de definirse como una nación moderna. En este sentido, la trayectoria del pensamiento y de la sociología boliviana “erudita” discurrió por las sendas del eurocentrismo, es decir, marcada, fundamentalmente por la influencia de la “ilustración europea”, este influjo tiene su correlato no solamente en la asimilación ipsu facto de los conceptos y de las teoría provenientes de Europa; sino, sobre todo, por la internalización de aquellos (pre)supuestos epistémicos centrados en visiones civilizadas con el propósito cierto de superar las condiciones naturalistas legadas de un pasado originario ajeno a los procesos de la ilustración que configuraría a posteriori las “luces” correspondientes para el (re)encauzamiento de la configuración societal por los designios del proyecto de la modernidad. Si bien, desde la long dureu, las visiones eurocéntricas logran enlazar la configuración de una matriz epistémica a partir de la cual hegemoniza el locus de enunciación para la correspondiente mirada o el abordaje de la realidad social boliviana: cronistas, criollos ilustrados de la naciente república, liberales, sociólogos positivistas, nacionalistas, marxistas hasta los sociólogos neoliberales; no obstante, como señala Javier Sanjinés el “mismo proceso racionalizador –el perspectivismo—que fue penetrando la sociedad boliviana del Siglo XX, dominando las expresiones colectivas que pertenecían a las emociones y a las costumbres locales” . Este proceso que va prefigurando el imaginario cruza temporalmente los diversos momentos históricos. Como dice Walter Mignolo “Pensemos en tres etapas cronológicas que coexisten hoy en contradicciones diacrónicas. El imaginario del período colonial, el imaginario del período nacional y el imaginario del período post-nacional que estamos viviendo”. Este imaginario colonial persistente es resultado del proceso cartesiano de la racionalización, el mismo fue asimilado por las distintas élites intelectuales y fundamentalmente por los sociólogos que con sus etiquetas de “politólogos ilustrados”, a pesar de sus diferencias políticas e ideológicas comparten un rasgo epistémico común: la visión “ilustrada” de describir, analizar o reflejar a la sociedad boliviana. Por lo visto, la idea de la “simultaneidad contradictoria” elucubrada por Antonio Cornejo Polar posibilita entender la idea de –dice Sanjinés-- una continuidad entre el presente nacional y el pasado colonial. Dicha continuidad es imaginaria porque corre paralela a la ruptura real del orden colonial español. Se trata, pues, de que esa “simultaneidad contradictoria” está alojada en el imaginario colonial de las distintas “élites intelectuales” bolivianos, devela que la colonialidad del saber y el patrón cognitivo/epistémico que sostiene al mismo es muy difícil de extirpar y más bien se reactiva en momentos de alta conflictividad, o mejor dicho, de la insurgencia de las huestes subalternas indígenas. Aunque es ilusiorio pensar en la posibilidad que haya un pensamiento esencialista emergida de las propias especificidades culturales; sin embargo, la recurrencia de recurrir a los dispositivos ideológicos/epistémicos modernos produce como efecto paralelo que estas miradas sociológicas están marcadas por el espejo eurocéntrico, el mismo produce una ceguera sobre la(s) realidad(es) específica(s) boliviana(s). En un país tan complejo socio/culturalmente es muy difícil su abordaje desde perspectivas homogéneas y unilaterales ya que las mismas no alcanzará a desentrañar las propiedades socio/culturales del país. Por lo tanto, la pretendida universalización de estos criterios teóricos/metodológicos en el abordaje social produce una discriminación epistémica con secuelas ciertamente en los procesos de representación emanados de esta mirada excluyente. Asimismo, la dimensión temporal conculcada por criterios occidentales que va delinear luego las visiones teleológicas sobre la utopía del porvenir, tiene un reparo en la dimensión local, por ejemplo, en las áreas andinas de Bolivia el tratamiento del tiempo tiene otras significaciones socio/culturales ya que este tipo de tratamiento está articulado, por ejemplo, al “tiempo de los dioses” que en el caso boliviano no es horizontal, sino cíclico rompiendo de esta manera los parámetros occidentales de la visión profética de la mirada occidental. Ahora bien, este espejo eurocéntrico en el caso del pensamiento y de la sociología boliviana, configura un altar sagrado en la que el intelectual ilustrado que alimentando su propio cogito ergo sum cartesiano se asienta para ver la realidad social. Este distanciamiento no sólo es privilegio de los intelectuales positivistas; sino que el mismo es una constante en las diferentes dimensiones de la tarea intelectual boliviana. Esta jerarquía intelectual produce, por lo tanto, un epismecidio (como diría Bovanetura de Sousa) ya que produce un racialización cognitiva se debe fundamentalmente a que la mirada se anida en los criterios binarios del estado de naturaleza y el estado social develando de esta manera una estigmatización cultural, se parte de la noción que la “civilidad” es el eje ordenador de las relaciones sociales, sobre todo, políticas y, por lo tanto, todo aquello que no ensambla en esta matriz epistémica es vista como la expresión más elocuente de un estado de barbarie. El dispositivo ideológico/epistémico desplegado en el discurrir histórico del pensamiento y de la sociología boliviana surgido desde el perfil letrado de los intelectuales se percibe una constante no solo articulada a la legitimación de los procesos hegemónicos en boga; sino a la persistencia de un canon ontológico que posibilite el proceso de representación, por ejemplo, con relación a la emergencia política de la subalternidad indígena. Esta representación vista desde el espejo eurocéntrico de la perspectiva cartesiana se va estigmatizando y reduciendo la capacidad política de la insurgencia indígena en diferentes momentos históricos a un estado de naturaleza arguyendo discursos raciales y alimentando miedos por la supuesta invasión de los sujetos subalternos/indígenas no sólo en los espacios territoriales “civilizados”; sino fundamentalmente en los espacios de poder, esta cuestión sereflejará, por ejemplo, cuando en el siglo XXI un indígena llega al presidencia de la República. Esta situación provoca que aflore los rasgos raciales en la mirada “ilustrada” de la sociología boliviana que bajo la etiqueta de politología abordan este fenómeno socio/político. Efectivamente, la representación desplegada por los intelectuales ilustrados –cronistas, doctos, positivistas, nacionalistas o marxistas-- sobre el accionar de los sujetos subalternos, particularmente indígenas, devela la existencia de un imaginario colonial –como diría Silvia Rivera-- presente en la intelectualidad letrada boliviana. Para este afán intelectual los parámetros ontológicos y epistémicos de homogeneizar a la sociedad boliviana, el proceso lineal del mestizaje que para Javier Sanjinés es el verdadero ethos de la modernidad boliviana, sirve como un ejemplo ilustrativo de la persistencia de este tipo de mentalidad anclada en los ejes constitutivos de un patrón cognoscitivo “letrado” de cuño eurocéntrico que va marcando la configuración de una jerarquía o una distancia epistémica entre el intelectual letrado y la realidad social. Para ilustrar, la historiografía tradicional, de autores “clásicos” y todavía muy utilizados fuera del gremio como Arguedas, Fellman Velarde, Valencia Vega, por ejemplo, como diría Rossana Barragán ha construido una imagen negativa de los indígenas, enfatizando su “ignorancia’, valorada desde los patrones occidentales” complementaría María Lema. En la trayectoria del pensamiento social boliviano, particularmente en la filosofía de Guillermo Francovich y otros de conciliar los postulados universales con los autóctonos se van enfrentando vanamente en su propósito de lidiar con el eurocentrismo, que no sólo el de Hegel sino también de Heidegger y su idea de la determinación y exclusividad de lo filosófico como herencia íntima y propia de la Europa occidental diría Carlos Peñeiro. Para ello plantea su transcendentalismo como una posibilidad cierta de superar estas ideas articuladas al canon ontológico occidental. No obstante, su esfuerzo de desprenderse de los ejes ordenadores de la Razón occidental tropieza por la forma eurocéntrica de concebir a las propias dimensiones de la especulación filosófica. En todo caso, el pensamiento de Francovich forma parte del mismo patrón cognoscitivo y ontológico que le brinda el pensamiento eurocéntrico de la filosofía occidental sus insuficiencias para la comprensión de otras realidades ajenas, como la boliviana, a la occidental. Asimismo, la especulación filosófica en el caso de Francovich forma parte de un estímulo estético –al puro estilo borgiano— para dar cuenta de la imposibilidad cierta de superar los lineamientos epistémicos de la mirada occidental. Ahora bien, esta recurrencia al pensamiento filosófico de Francovich es para esbozar las dificultades no solo de la filosofía, sino globalmente del pensamiento social y de la propia sociología boliviana de desengancharse de aquellos (pre)supuestos venidos de la cultura occidental y que tiene en Franz Tamayo en un referente inequívoco de este rasgo ya que las geopolíticas del conocimiento articulados a la colonialidad del poder/saber son consabidas como “La trampa es que el discurso – dice Walter Mignolo -- de la modernidad creó la ilusión de que el conocimiento es desincorporado y des-localizado y que es necesario, desde todas las regiones del planeta, ‘subir’ a la epistemología de la modernidad. Vale decir, en la geocultural del mundo moderno las historias del saber en América Latina, y en consecuencia en Bolivia, están localizadas en aquellos referentes geográficos de las metrópolisis europeas. En todo caso, la génesis del pensamiento y posteriormente de la sociología boliviana deviene de la imposición de una matriz epistémica de corte eurocéntrico, el mismo cruza las distintas temporalidades del quehacer intelectual boliviano, les posibilita a esta intelligentzia boliviana a partir de sus bibliotecas catedralicias, no solo mirarse a así misma bajo los reflejos del espejo eurocéntrico, sino alcanzar una cierta jerarquía muy necesaria para sus estrategias de posicionamiento no sólo epistémico; sino político con relación a la realidad social y política. Es decir, esa distancia ontológica, particularmente en la ciencia social boliviana responde a las pretensiones científicas de la misma que tiene ciertamente sus reparos al momento de analizar la realidad social en una sociedad tan compleja culturalmente como la boliviana en la que coexisten distintas lógicas temporales. En ese sentido, los criterios racionales y científicos propagados por la modernidad occidental tienen sus insuficiencias para entender o mirar la realidad social ya que --muchas veces—esta “miopía ilustrada” de entender la dinámica social, particularmente indígena conlleva a tener una visión sesgada sobre la realidad que luego se constituye en los gérmenes de la fermentación de criterios estigmatizadores predominantes en el quehacer intelectual. Estos criterios son decisivos en el momento de la configuración de una representación social específica, la misma está nutrida por una lógica binaria y, en consecuencia, articuladas a los cánones de la modernidad, por ejemplo, es el caso de abordar la propia dinámica socio/política y cultural de las poblaciones indígenas. Los criterios de jerarquización cognoscitiva configurada por la modernidad, en el caso de la ciencia social boliviana como en el conjunto del ámbito latinoamericano, devienen primordialmente desde la colonia y se extiende temporalmente hasta la actualidad que se expresa en la sociología contemporánea, particularmente aquella articulada a la ciencia política. En suma, esta polarización es resultado de un proceso de una lógica binaria desarrollada por la modernidad. Al respecto, Silvia Rivera asevera: “La polarización y jerarquía entre las culturas nativas y la cultura occidental la misma que se valió en el ciclo colonial de la oposición entre cristianismo y paganismo como mecanismo de disciplinamiento cultural; luego, en el ciclo liberal se van profundizando las tecnologías de dominación, donde el darwinismo social y la oposición civilizada a lo ‘salvaje’ sirven para emprender una nueva y violenta agresión contra la territorialidad indígena; para después continuar lo que, a partir de 1952 se completen las tareas de individuación y etnocidio mediante las reformas estatales, mecanismos eficaces para su profundización”. Vale decir, la oposición desarrollo y subdesarrollo o modernidad-atraso son los que marcan el devenir histórico del país y en ese sentido es valedero una interrogante ¿Qué papel le asumió corresponder al pensamiento y a la sociología boliviana?. No hay duda que el papel desplegado por los operadores epistémicos ilustrados en la configuración de una plataforma académica/cognoscitiva fue fundamental para legitimar un orden ideológico/político. El proceso de disciplinamiento del pensamiento y de las ciencias sociales (Véase Foucault) fue determinante para que aquellos (pre)supuestos epistémicos ligados al proyecto de la modernidad ilustrada vayan calando en las profundidades del imaginario colectivo y, particularmente en los “hijos de la enciclopedia”. De esta manera, la instalación del colonialismo interno está presente en la contemporaneidad boliviana, que según Silvia Rivera:“opera, en forma subyacente, un modo de dominación sustentado en un horizonte colonial de larga duración, al cual se han articulado –pero sin superarlo ni modificarlo completamente—los ciclos recientes del liberalismo y el populismo. Estos horizontes recientes han conseguido tan solo refuncionalizar las estructuras de larga duración, convirtiéndolas en modalidades de colonialismo interno que continúan siendo cruciales a la hora de explicar la estratificación interna de la sociedad boliviana, sus contradicciones sociales fundamentales y los mecanismos específicos de exclusión-segregación que caracterizan a la estructura política y estatal del país y que están en la base de las formas de violencia estructural más profunda y latentes”. Ciertamente, los procesos de jerarquización resultantes de la presencia del colonialismo interno en el quehacer intelectual de las élites ilustradas supuso a la larga la configuración de una disposición epistémica basada fundamentalmente en procesos de segregación y exclusión socio/cultural. Ahora bien, ¿desde la subalternidad que mecanismos de resistencia se ha operado para desnaturalizar estos mecanismos intelectuales de segregación intelectual?. Evidentemente, un efecto adyacente de este proceso es la desconstructiva desplegada por los sectores subalternos, particularmente indígenas/campesinos a lo largo del discurrir histórico ya que fue gestando prácticas políticas/ideológicas insurgentes. Vale decir, aflora la idea que desde la subalternidad hay la emergencia de una acción política y epistémica de “descontrucción” de aquellas narrativas universalizantes y homogeneizantes configuradas por los dispositivos ilustrados, los mismos estaban –y están—presentes inexorablemente en el imaginario colonial que impregnó tanto al pensamiento y como a la propia sociología en el decurso histórico boliviano. Desde ya, toda construcción o disciplinamiento proveniente desde el poder produce inevitablemente resistencia (Véase Foucault,), más aún en una sociedad tan compleja como diversa como la boliviana, que históricamente a demostrado la presencia de otras lógicas y temporalidades opcionales a la modernidad. En tal sentido, de una imposición cultural/ideológico o la “violencia cultural” configurado por un aparato cultural/ideológico deviene prácticas políticas/ideológicas distintas ya que estas prácticas asimismo entrañan otras posibilidades epistémicas alternativas a los metarelatos urdidos por la modernidad. En el caso boliviano, efectivamente la fuerza de la emergencia de la subalternidad indígena con todo su potencial político/epistémico a lo largo de la historia de Bolivia inclusive desde la propia colonia, han generado propuestas políticas/epistémicas alternativas a aquellas impuestas desde los centros metropolitanos del poder, aunque posteriormente estas rebeliones fueron reprimidas. Ahora bien, por estas características se deben relativizar los efectos ciertos del papel epistémico desarrollado por los “ilustres intelectuales” ya que si bien van cimentando epistémica e ideológicamente los rasgos distintivos de un determinado orden político/ideológico; sin embargo, paralelamente subyacen otras lógicas subalternas descontruyendo toda esas narrativas universalizantes y homegenizadoras de aquellos discursos que giran alrededor del poder hegemónico en boga. Precisamente es el papel desplegado por aquella sociología aparentada con la ciencia política boliviana que configuró un discurso democrático y liberal en torno a la relación sociedad/estado/política/economía en el decurso de los años noventa; no obstante a partir del año 2000 por la acción colectiva emprendida por los movimientos sociales, particularmente indígenas, se van revirtiendo aquellos paradigmas que estaban anclados en la nueva modernidad boliviana articulada al proyecto de la economía de mercado y de la democracia representativa. En este contexto, van (re)planteando nuevas propuestas de proyectos de sociedad a partir de las propias especificidades socio/políticas y culturales/ideológicas en torno al devenir estatal. Para analizar el pensamiento de René Zavaleta, Javier Sanjinéz acude metafóricamente al cuerpo humano y como éste está conformado preeminente no solo por la dimensión ósea; sino también por la dimensión tanatológica. Para dar cuenta fundamental que la imagen corporal, esencia invisible y armoniosa, está articulada a la racionalidad moderna, mientras la otra dimensión: la tenatológica está asociada a lo carnal y, en consecuencia, son perturbadoras ondulaciones de la patología blanda. Con esta metáfora entre lo esquelético y lo carnal usado por Sanjinés permite hacer desplazar esta metáfora en torno a la mirada racional y esquelética de los “intelectuales letrados” sean de distintas vertientes ideológicas (marxistas, anarquistas, nacionalistas, positivistas, liberales) que analizaban –y analizan—la realidad social bajo los parámetros de la visión ósea de la ilustración, este procesodisciplinario y racional del pensamiento y de propia ciencia social boliviana ha encontrado su resistencia en la carnalidad de los sectores subalternos socavar los cimientos fundamentales de los cánones de la racionalidad científica, los mismos irrumpieron en el escenario socio/político y también epistémico con propuestas distintas a las urdidas por la modernidad. En definitiva, las características centrales del pensamiento y de la sociología boliviana, da cuenta luego de una mirada al recorrido de las diferentes etapas del papel desplegado por las diferentes élites intelectuales con relación al orden socio/político, hasta aquí se ha visto retrospectivamente como se configura un determinado orden del discurso (como diría Foucault,) en este caso específico de rasgos eurocéntricos, en la que la práctica intelectual de las élites ilustradas privilegian en este afán una mirada cartesiana, como diría Martín Jay configurada por el modelo visual hegemónico de la era moderna.
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